A Patricia, in Memorian
De hoy para adelante será siempre 17 de diciembre. Un día repetido eternamente, para que me dé tiempo, nos dé tiempo, a desmecernos de tu abrazo, a poner nombre a las cosas, si acaso hay nombre para lo que ha pasado. No quiero que vivas en este dolor sordo que me atenaza los senidos, sólo puedo recordar tu hermosura en sonrisa. Porque de hoy para siempre, tú perteneces a las filas del ejército de los maravillosos, de los que ni los estadistas con sus números —“porcentaje de población que fallece antes de los 30 años”— ni los médicos con sus autopsias y sus donaciones de órganos —”mortalidad infantil”, mi dulce niña— ni los tanatorios con sus registros —”vengo a recoger el cuerpo que contenía el alma más hermosa del mundo”— pondrán registrar en ningún archivo, ni calcular el número de tus risas, la cifra aproximada de la felicidad que me has dado, que nos has regalado. Tu pelo brillando al sol en algún lugar de la sierra, tu gritos de ilusión en la Peineta, las noches enteras hablando de nada y de todo, las líneas de tu mano que contenían la medida exacta del mundo, los baules de la Piquer, las migas de galletas en el coche, las chuches, tus cremas, tus abrazos, tus palabras de consuelo, tu mirada de vieja sirena. Por eso será siempre 17 de diciembre, un momento antes de que le mundo se rompiera, de que la luz se resquebrajara mientras hacíamos la cena, mientras pensábamos que este ángel duraría para siempre, me llamaré Viernes, 17 de diciembre, ya que mi corazón es tu siervo, Patri.
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