Agujeros
[Créditos: Foto de Lienzo Blanco perteneciente al proyecto La Fábrica]
Hace apenas tres años, quizá cuatro, me caí en un agujero. Y entonces alguien que acaba de conocer, con quien no tenía ningún tipo de intimidad, me enseño los suyos propios. Así que me quedé allí, sentada sobre un cojín en el suelo de un subsuelo del Barrio del Pilar, intentando aguantar las lágrimas, porque no podía soportar aquella galería de Presencias Ausentes, de terribles agujeros llenos de luz y vacíos de amor. Brutalmente, alguien estaba dejando testimonio de su ausencia y ese autorretrato del vacío de sí misma se parecía peligrosamente al agujero que yo llevaba dentro.
Y después hubo muchos más y he aprendido a utilizarlos para ir de un sitio a otro, como si mi vida fuera una isla con miles de túneles por debajo. Mi pequeña Lienzo Blanco ya no fotografía agujeros, porque ahora ella también ha aprendido dónde está la salida. Y tiene una gata que la maúlla, un zurdo que le dibuja el corazón muy blanco y una hermana, todavía y afortunadamente una hermana.
Pero el sábado por la noche mi salón se llenó otra vez de agujeros. O de entradas, hacia un mundo mejor, hacia una intimidad compartida, porque de pronto, a veces, la comida hace amigos a los extraños y necesarios a los conocidos.
Y hay agujeros que se tapan con la dulzura de Maya, que no sabe hasta que punto es hermosa y morena y princesa, y que una vez fue una niña-colador.
Y otros de los que se sale gracias a las indicaciones de Renegado, que tiene la camisa un poco rota y no se entera de que todos nos pasamos el día mandándole miradas-abrazo para taparle los desgarros.
También el Niño Cantor se acurruca en un agujero muy estrecho que no le deja espacio para dormir y entonces tengo que esperar a que se le pase el miedo para mecerle.
Pero siempre, por encima de todos los agujeros, al frente de cada fuego, sosteniendo toda la bondad del mundo en un gesto apenas imperceptible, en una caricia de soslayo, en una mirada que nos une a todos en un futuro esperanzador, trayéndome lo mejorcito a mi vida, están Mividaparalela y el Santo. Ellos taparon todos nuestros agujeros el sábado por la noche y sé que seguirán haciéndolo, a pesar de que a veces no lo merecemos.
Tengo que decir, aquí y ahora, que creo que soy feliz. Que creo que tengo más de lo que me merezco. Y que si algún día salí del agujero, es porque ellos me estaban esperando, dispuestos al amor, hermosos y radiantes, con sus manos como almohadas esperando el abrazo.
Y a veces pienso que ni todas las cenas del mundo bastarían para enmendar la deuda que tengo con ellos, porque la diferencia entre aquella chica que apretaba los puños hace tres años y yo tiene los pies pequeños y cuenta chistes malos.
Sois la droga perfecta, pequeños. Gracias, gracias, gracias.
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