Marché aux puces
Supongo que es mucho más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, y que eso es a lo que uno se agarra, inevitablemente, cuando tiene días contra el mundo. Hablo mucho de mi madurez, o, más bien, de la ausencia de la misma, y estoy empezando a descubrir, desde detrás de la viga, que crecer tiene mucho que ver con sentir vergüenza; así que vean ustedes aquí a una mujer (o eso creo) apocada ante las circustancias, enrojecida a cada minuto por el mundo en el que vive.
Para empezar, algo huele a podrido en Francia, y por la orientación del viento (me he chupado el dedo y lo he enarbolado en lo alto sin atisbos de indolencia) parece que l'origine pourrit son las escuelas. Eso me avergüenza, hasta el punto de que empiezo a pensar que ese bonito deporte nacional y weekendero que constituye la quema de coches y que se viene practicando desde hace mil años (por más que se empeñen en venderlo como algo moderno) no es más que una justa respuesta ante las circustancias de la abominable Patria Intelectual. O sea, que empiezo a entender a aquel vecino parisino que agarraba la escopeta los sábados por la mañana y se ponía a pegar tiros a las palomas, o a lo que cayera. La verdad es que las palomas son unos bichos muy asquerosos, y merecen morir, junto con las mariposas.
-Hasta aquí no me avergüenzo de querer un mundo mejor.-
Sigamos. El siguiente punto es la vivienda. Esto no es sólo que me enrojezca como a las damas medievales cuando los caballeros patanes les quitan los anillos o las mangas, es que empiezo a tener complejo de pantonario. Es que me cachis en los menes, incluso.
-Ahora ya me voy poniendo roja, pero sigo sinvergüenza.-
Otra cosa interesante es la pasividad y autocomplacencia enmascaradas bajo la imagen de la falsa lucha. El miedo, en sentido amplio. Hemos crecido en democracia, mirando como nuestros padres contaban batallitas sobre correr delante de los grises y bien calentitos en el seguro mundo de la autocomplacencia. Creemos que ya se hizo todo y que no hay más que hacer, nos sentimos alternativos sólo por hablar o incluso vestir, sin tener en cuenta si estamos apuntando en la dirección adecuada... o sólo por ofendernos cuando creemos que están burlando derechos que no nos hemos ganado ni estamos en disposición de reclamar.
Nos creemos guays y no llegamos a chachis. Igual que los franceses.
Y para ejemplo avergonzante e ilustrativo, el sábado, en el mercado de fuencarral, me bautizé en guía turístico y clamé "Y aquí, el alternativismo hecho mercado", a lo que alguien vestido tan formalmente como formales y coherentes son sus ideas, por más que muchas veces no esté de acuerdo con ellas, me contesto: "aquí el único alternativo soy yo".
-Recordándolo, más que roja, estoy magenta 100%.-
Así nos va, empero. En esto consiste nuestra madurez.
Llegará un momento en que la paja no exista y nos demos cuenta que lo menos alternativo es llevar gafas sesenteras, intentar pasar por intelectual y gastarte la pasta en vestir superpunki.
Sigamos pegándonos entre nosotros para ver quién es más guay mientras algunos se frontan las manos recordando aquello del divide y vencerás.
-En llegando este punto, me doy bastante asquito.-
Ustedes pedían acided (más... son insaciables, pequeños) y ésto es lo que se me ocurre.
Como ya saben, en detrimento de mis propios intereses, me niego por sistema a escribir cosinas malas que no diga antes con mi propia voz, pues para eso ya tengo mi vida diaria, que bastantes enrojecimientos propios y ajenos me causa como para encima constatarlos por escrito.
Pero es que lo de los franceses clama al cielo. Nosotros, sin embargo, lo estamos haciendo bien, ehinnn.
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