lunes, 29 de enero de 2007

Cosas que me encuentro en la calle


Supongo que cuarenta años en las aulas permiten alcanzar un timbre de voz tan perturbador e intimidatorio como el que tiene mi madre cuando me organiza la vida, es decir, la mitad de los días que me llama. Yo supongo que ustedes también lo sufren con las suyas, pero les aseguro que mi S.M., Señora Madre, o Su Majestad, que viene a ser lo mismo, es capaz de romper toda la vajilla del IKEA de mi casa sólo enumerando una instrucción que comprende su especial entendimiento de las distancias madrileñas. Esto es: el sur de madrid y el norte se comunican, según ella, en un "momentito", porque total una hora de metro es un "sentarse un momentito" o bien "acercarse en un momentito". Pero lo peor, siempre, es que ella reclama su coto de libre acceso a mi intimidad bajo presión verbalizada en "Y novionotendrásynomeloquieresdecirhijacomoeres, ¿eh?, que nunca me dices nada, ¡ni lo de Panecito me dijiste!"...
Y esto son dos cosas que no me perdonará en la vida, lo sé. Lo del novio por lo de la semillita y lo del gato porque a falta de pan, bueno es un Panecito para efectuar las labores del nieto que se muere por tener.
Él es lo único que me he encontrado en la calle y me he llevado a casa sin que mediara drama de por medio. El mueble guapísimo de la entrada, mi última adquisición basurillas, no tiene el beneplácito materno; el Costillas, al que también me encontré en la calle pero ya desinfectado y todo -aunque escurrido y más viejito que ninguno, la verdad- no quiero ni mentarlo sin anillos de por medio; pero Panecito, ay, puede echarse la siesta en el flamante sofá del salón materno, con los quesillos puestos encima de los delicados bordados sin que mi S.M. diga ni mú. No exagero, les juro que desde que Panecito nos adoptó al Costillas y a mí, mi S.M. sólo llama para preguntar si juega, maulla, come, hace cacotas bien o echa de menos el sofá pitiminí que a este paso, seguramente, le caerá de herencia, mientras mis hermanos y yo apenas podemos cruzar el umbral del salón sin temer su ira. Al final tendrá razón mi Señor Padre, que dice que Panecito es un sinvergüenza, mientras se aprieta en el otro sofá para que, de nuevo, el bichamen se eche la siesta agustito.
Total, que haciendo cuentas, desde que cumplí los 28 hasta la fecha, incluyendo las cosas que he pagado y las que no, lo puto mejor que tengo me lo he encontrado en la calle.
Luego se me vendrán quejando de que no hago más que poner pasteladas en el blog. La culpa es de las rebajas, que me dejan insatisfecha, como mis explicaciones sobre el Costillas a S.M.
Porque madre no hay más que una y sólo quiere nombrar heredero a Panecito, les invito a que salgan a la calle y miren atentamente en la basura; si a mi S.M. le ha cambiado la vida, a ustedes también puede cambiársela.

lunes, 15 de enero de 2007

El sabor de las olivas


Procede de Cervantes,
pero está en una página
de Seferis: la idea
de crear un alter ego
y decidir hoy mismo
que exista un Caballero
puro nombre, poeta
que prepare el milagro.

[J.A. González Iglesias dixit, y yo me lo apropio para justificar la apertura de mi nueva sucursal de egocentrismo, que también tienen en el rascador en un cómodo primer puesto. Y todo por el módico precio de una flamante fuji-puente de 5,1 megapíxeles. Les parecerá barro, pero traigo el año cargadito de rica anchoa...]