lunes, 30 de octubre de 2006

Marché aux puces


Supongo que es mucho más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, y que eso es a lo que uno se agarra, inevitablemente, cuando tiene días contra el mundo. Hablo mucho de mi madurez, o, más bien, de la ausencia de la misma, y estoy empezando a descubrir, desde detrás de la viga, que crecer tiene mucho que ver con sentir vergüenza; así que vean ustedes aquí a una mujer (o eso creo) apocada ante las circustancias, enrojecida a cada minuto por el mundo en el que vive.
Para empezar, algo huele a podrido en Francia, y por la orientación del viento (me he chupado el dedo y lo he enarbolado en lo alto sin atisbos de indolencia) parece que l'origine pourrit son las escuelas. Eso me avergüenza, hasta el punto de que empiezo a pensar que ese bonito deporte nacional y weekendero que constituye la quema de coches y que se viene practicando desde hace mil años (por más que se empeñen en venderlo como algo moderno) no es más que una justa respuesta ante las circustancias de la abominable Patria Intelectual. O sea, que empiezo a entender a aquel vecino parisino que agarraba la escopeta los sábados por la mañana y se ponía a pegar tiros a las palomas, o a lo que cayera. La verdad es que las palomas son unos bichos muy asquerosos, y merecen morir, junto con las mariposas.

-Hasta aquí no me avergüenzo de querer un mundo mejor.-

Sigamos. El siguiente punto es la vivienda. Esto no es sólo que me enrojezca como a las damas medievales cuando los caballeros patanes les quitan los anillos o las mangas, es que empiezo a tener complejo de pantonario. Es que me cachis en los menes, incluso.

-Ahora ya me voy poniendo roja, pero sigo sinvergüenza.-

Otra cosa interesante es la pasividad y autocomplacencia enmascaradas bajo la imagen de la falsa lucha. El miedo, en sentido amplio. Hemos crecido en democracia, mirando como nuestros padres contaban batallitas sobre correr delante de los grises y bien calentitos en el seguro mundo de la autocomplacencia. Creemos que ya se hizo todo y que no hay más que hacer, nos sentimos alternativos sólo por hablar o incluso vestir, sin tener en cuenta si estamos apuntando en la dirección adecuada... o sólo por ofendernos cuando creemos que están burlando derechos que no nos hemos ganado ni estamos en disposición de reclamar.
Nos creemos guays y no llegamos a chachis. Igual que los franceses.
Y para ejemplo avergonzante e ilustrativo, el sábado, en el mercado de fuencarral, me bautizé en guía turístico y clamé "Y aquí, el alternativismo hecho mercado", a lo que alguien vestido tan formalmente como formales y coherentes son sus ideas, por más que muchas veces no esté de acuerdo con ellas, me contesto: "aquí el único alternativo soy yo".

-Recordándolo, más que roja, estoy magenta 100%.-

Así nos va, empero. En esto consiste nuestra madurez.
Llegará un momento en que la paja no exista y nos demos cuenta que lo menos alternativo es llevar gafas sesenteras, intentar pasar por intelectual y gastarte la pasta en vestir superpunki.
Sigamos pegándonos entre nosotros para ver quién es más guay mientras algunos se frontan las manos recordando aquello del divide y vencerás.

-En llegando este punto, me doy bastante asquito.-

Ustedes pedían acided (más... son insaciables, pequeños) y ésto es lo que se me ocurre.
Como ya saben, en detrimento de mis propios intereses, me niego por sistema a escribir cosinas malas que no diga antes con mi propia voz, pues para eso ya tengo mi vida diaria, que bastantes enrojecimientos propios y ajenos me causa como para encima constatarlos por escrito.

Pero es que lo de los franceses clama al cielo. Nosotros, sin embargo, lo estamos haciendo bien, ehinnn.

miércoles, 25 de octubre de 2006

Miradas


El choque con la realidad es siempre fatal, por ende, si uno tiene por costumbre vivir en una burbuja de perfecta percepción visual, a pesar de las dioptrías, los astisgmatismos y otros menesteres, el choque, además de fastidioso, resulta surrealista.
Cervatillo me dio la bienvenida a la realidad ayer por la noche, mientras nos cambiábamos los papeles y era él quien me acunaba en sus pequeños y poderosos brazos; me quitó los pantalones y por primera vez, tímidamente, me demostró no sólo que es millones de grados de coeficiente intelectual más listo que yo, sino que además es el hombre de la casa.
Así que me queda una ardua tarea por delante, de asimilación, no de demostración; cada uno vive las cosas a su manera, y no es cuestión de ponerse a justificar la propia perspectiva acerca de lo que ha pasado o no, más que nada porque el punto de vista, los sentimientos, las sensaciones que uno tiene son de uno, y no se pueden imponer, y esto vale para las dos partes implicadas en un problema.
En mi caso, además, creo que son difíciles de explicar o de comprender si no se pone voluntad, qué mismo da. Me gusta lo que hago pero podría dejar de hacerlo si alguien a quien quisiera lo suficiente me explicara y razonara porqué puede hacer daño.
Ad Hoc, no creo que sea el caso, así que me sigue gustando lo que hago, o, más concretamente, me sigue gustando aprender y no tengo ninguna razón para dejar de hacerlo, lo cual no implica necesariamente que no cuide bien a quién bien lo merece o que piense que todo el mundo a mi alrededor lleva mis ojos puestos en la cara. Pero el regustillo se carga la burbuja que me hacía sonreír por las mañanas y creer que otro mundo era posible en la palma de mi mano gracias a la perfección y buen hacer de mis semejantes, al menos por un momento.
Aunque existe. En forma de laberinto, persona dentro de persona, a mi lado, al alcance de mi mirada. Y eso sí que es importante, porque es de verdad lo mire quien lo mire, es de verdad y grande y atronador, y va a salir bien, lo digo como un conjuro, cruzando los dedos y tocando madera, y espero que mi ilusión alcance al menos para permitir que, aquí sí, se haga justicia.

Creo que la madurez pasa por aprender a reconocer lo que de verdad te hace sonreír.

lunes, 16 de octubre de 2006

Nuestra primera vez


Debimos rozarnos apenas, escondidos cada uno detrás de una piedra, con el tomillo adornándonos la mirada y el corazón dado la vuelta. Mi amor apretó entonces un saltamontes entre sus dedos y la niña que yo era acogió ese aliento desconocido en la nuca. Creía haberlo olvidado, el autobús, los gritos, el bocadillo, el chándal del colegio, la autorización para el viaje, esa horrible construcción en cuyo seno mi amor se mecía sólo cada noche; pero aquella mañana se abrieron las ventanas y entró la primavera.
Los dos fuimos rubios y ángeles y niños terriblemente tristes.
Estábamos muy solos. Estuve allí, fui a buscarle, y nuestras piernas llenas de postillas perdieron la movilidad mientras nos acogíamos mutuamente con la mirada.
Aquella lagartija en su mano, mi primer regalo, se retorció entre mis piernas y tomó medidas de mi cuerpo, y después volvió a su hombro para susurrarle dónde encontrarme cuando fuera el momento.
Desde entonces, nuestro mundo está lleno de preciosas salamandras que le cuentan mis secretos.

martes, 10 de octubre de 2006

En la cama con la Belle Damme Sans Merci



En la oficina AHRAM descansa contra el armario de los libros, esperando para impartir justicia. Su velado se va a efectuar este puente en el Mar Mediterráneo, como corresponde al sobrenombre: El navegante.
Y hasta puedo encomendarme en los lances. Nada que ver con hace un año....

lunes, 2 de octubre de 2006

Fin de semana del 29/09/06 al 01/10/06


La fiebre me trae a la piel un calor ya conocido y sin embargo renovado cada vez. Él, hermoso y rubio como una canción de la Piquer, se mece lentamente entre mis sábanas, sweeter than wine, softly like a summer night. Y entonces estoy en la oficina y a mi lado La novela de Genji dice: Mi cuerpo es una brizna de hierba flotante. Y así es todo, el Esplendor, la luz que entra por la ventana, su dulce claridad en mis brazos.
El Esplendor de nuestros cuerpos gravitando sobre nuestras propias historias.
No sé si será verdad, pero me gusta.