miércoles, 25 de octubre de 2006

Miradas


El choque con la realidad es siempre fatal, por ende, si uno tiene por costumbre vivir en una burbuja de perfecta percepción visual, a pesar de las dioptrías, los astisgmatismos y otros menesteres, el choque, además de fastidioso, resulta surrealista.
Cervatillo me dio la bienvenida a la realidad ayer por la noche, mientras nos cambiábamos los papeles y era él quien me acunaba en sus pequeños y poderosos brazos; me quitó los pantalones y por primera vez, tímidamente, me demostró no sólo que es millones de grados de coeficiente intelectual más listo que yo, sino que además es el hombre de la casa.
Así que me queda una ardua tarea por delante, de asimilación, no de demostración; cada uno vive las cosas a su manera, y no es cuestión de ponerse a justificar la propia perspectiva acerca de lo que ha pasado o no, más que nada porque el punto de vista, los sentimientos, las sensaciones que uno tiene son de uno, y no se pueden imponer, y esto vale para las dos partes implicadas en un problema.
En mi caso, además, creo que son difíciles de explicar o de comprender si no se pone voluntad, qué mismo da. Me gusta lo que hago pero podría dejar de hacerlo si alguien a quien quisiera lo suficiente me explicara y razonara porqué puede hacer daño.
Ad Hoc, no creo que sea el caso, así que me sigue gustando lo que hago, o, más concretamente, me sigue gustando aprender y no tengo ninguna razón para dejar de hacerlo, lo cual no implica necesariamente que no cuide bien a quién bien lo merece o que piense que todo el mundo a mi alrededor lleva mis ojos puestos en la cara. Pero el regustillo se carga la burbuja que me hacía sonreír por las mañanas y creer que otro mundo era posible en la palma de mi mano gracias a la perfección y buen hacer de mis semejantes, al menos por un momento.
Aunque existe. En forma de laberinto, persona dentro de persona, a mi lado, al alcance de mi mirada. Y eso sí que es importante, porque es de verdad lo mire quien lo mire, es de verdad y grande y atronador, y va a salir bien, lo digo como un conjuro, cruzando los dedos y tocando madera, y espero que mi ilusión alcance al menos para permitir que, aquí sí, se haga justicia.

Creo que la madurez pasa por aprender a reconocer lo que de verdad te hace sonreír.