lunes, 5 de enero de 2004

El primer día del resto de mi vida...

Rosas, pensó con amargura. Estupideces, querida mía. Porque, en realidad, entre comer, beber y hacer el amor, los días buenos y los malos, la vida no había sido una simple cuestión de rosas y lo que es más, déjame que te lo diga, ¡La gata no se cambiaría por ninguna mujer de Suburbia! Pero, ¡piedad!, imploró. Piedad por la pérdida de las rosas. De pie junto a los arriates de jacintos le pidió piedad a Virginia Woolf.
> Variación sobre el texto: La señora Dalloway