miércoles, 14 de septiembre de 2005

El tio Jose

No se lo van a creer, pero hay un miembro de mi familia que tiene relaciones con la Campos.
Así, sin anestesia ni nada.
El caso es que ayer me tuve que marcar -qué tragedia- un María Teresa, y no fue una simple baja provocada por unos chichos insurgentes, no, me hice un Real Mari Tere -Chikenhead tituló- porque me tragué el programa entero entre temblores de agonía.
Y entonces Mari Tere da paso a la publicidad.
Y allí estaba él, fondón, con sus gafas ochenteras suplementos incluídos y la misma cara del anuncio de Campofrío y el de amigo mío si te echaras laca: mi tío Jose.
Mi tio Jose, que a la sazón no es mi tio genético, sino adoptivo, siempre fue el miembro rarito.
Lo más cerca que hemos estado de la farándula.
Tenía un grupo de teatro en Ávila del que fui miembro durante varios años y estuvo en el laboratorio de William Layton. Quería ser actor y siempre vestía de marcas pijas. Nunca supimos de dónde sacaba el dinero para vestir de aquella manera. Tenía un gran fondo de armario, supongo.
Sin embargo, con él sufrí mi primera decepción artística: Un día, mientras nos tragábamos una sobremesa con los Morancos en casa de mis abuelos, mio tio José se suicidó sentimentalmente a mis ojos exclamando: Qué buenos son esos tíos.
Estaba claro que iba a terminar haciendo una anuncio de 3 por 2 con la Campos.
El caso es que hace más de 5 años que no le veo, ni hablo con él, ni me decepciono con sus gustos.
La nuestra es una relación puramente publicitaria, muy postmoderna; las pocas veces que enciendo la tele, me lo encuentro haciendo de entrenador, o de tio gordo que come jamón bajo en grasa, o de turista despistado en el mercado de Marruecos.
Y esta vez, ha sido la Campos quien ha unido a esta familia desmembrada. Gracias, Mari Tere.
Estoy por escribirla. Seguro que la encanta.