lunes, 7 de agosto de 2006

El verano que nos hicimos mayores

Se pasa uno la vida comprando ropa en Fuencarral y asistiendo a los bares más cool de Malasaña para nada, todo en balde. De la que un madrileño, para más señas, una de carabanchel, llega a la altura de la Vaca Argentina en la carretera de La Coruña sufre una extraña mutilación de la piel cetrina y el regustillo a sudor y mierda que tanto bien hacen al cutis y años de transporte público avalan para reconvertirse en una especie de boy-scout casposo y degenerado, estoy convencida. A qué si no viene que Chikenhead y yo, él desde su retiro espiritual y yo desde mi resaca -que no era pequeña- agarráramos el coche, como dos leñadores, el sábado por la noche y acabáramos en un pueblo de 7 habitantes, en la plaza, bailando una mezcla de chotis y tango que deja la batuca y el perreo a la altura de los pajaritos.
Es el acabose, pero no el fin.
Y mientras volvíamos a casa, él -tan alto y tan guapo-, yo -manteniendo la vertical gracias al cinturón de seguridad- y el sobrino de CH -a la sazón un teenteddy de 13 o 14 años-, llegó el drama:
Chikenhead: Temazo! Guapísimo!
Lagata: Si es que tengo el tamagochi relleno de rica anchoa...
Sobrino: ¿Y está tía que canta quién es?
LG y CH: Cindy Lauper!
S: ¿Y esa quién es?
CH: Esta es la que tenía una canción en la banda sonora de los Gooooooooooounis (sic).
S: ¿Qué son los Gooooounis? (sic)

Cuando un adolescente no tiene ni idea de lo que hablas, eso es impulso. Chikenhead creo que ni se inmutó. A mi me ha jodido y matado el Rock'nRoll. Si ya lo dijo el poeta:

Odio a los adolescentes. Es fácil tenerles piedad, hay un clavel que se hiela en sus dientes y cómo nos miran al llorar...