lunes, 12 de enero de 2004

parisina como un café olé

En el fondo -dijo Gregorovius- París es una gran metáfora.
>Julio Cortázar, Rayuela.
Cuando el viajero llega a París se encuentra, inevitablemente, con una ciudad que ya conoce. Sus edificios, sus calles, el olor del aire, los puentes sobre el Sena y las callejuelas de la Rive Gauche han sido millones de veces recorridos por nuestros ojos. Hemos sentido tantas veces las luces de las Mouches por debajo de los tablones de madera que pisamos en el Pont des Arts…
Todos hemos vivido alguna vez en París. O, más bien, la hemos soñado.
Y por eso recorrerla es caminar por dentro de nosotros, de nuestros recuerdos. Testigo asombrado, el viajero contempla lugares conocidos como si fuera la primera vez. Como cuando volvemos al patio de la infancia que teníamos olvidado, en el pavimento del Palais Royal podemos encontrar aún el resalto con el que solíamos tropezar y herirnos en las rodillas, o la esquina de Montmartre donde nos besaron por primera vez.
Viajar a París, o más bien volver a ella, es regresar a una parte de nosotros mismos que teníamos olvidada y encontrarnos también en lo que no fuimos y nunca seremos, en los posibles caminos que nunca sucedieron y en las interminables avenidas que tuvimos que recorrer para volver a encontrarnos en París, la ciudad de los recuerdos.
(Lo tuve que escribir para un asunto de trabajo, y como quedó, laboralmente, en agua de borrajas, os lo cedo...)