jueves, 21 de abril de 2005

El dedo índice

Tengo un nuevo amante que me deja dormir estrechando con mi mano su dedo índice.
Es un dedo importante.
Con él, mi amante señala el mundo, lo nombra y lo construye.
Y de pronto, me doy cuenta de que cuando no duerme conmigo, mi mano también busca su dedo.
Así que ha existido una noche en que mi amante durmió con su dedo y sin mí, y en mi cama grande y vacía se me vino encima el desierto.
No un desierto cualquiera; se me vino encima el desierto de mi hermano mayor.
Ahora comprendo la verdad: me ha estallado en la cara.
Y he llorado, he llenado mis cama de sal pensando en mi hermano sólo en su inmensa cama, perdido entre las sábanas y sin ningún dedo que estrechar.
Mi sangre y mis entrañas se llenan de empatía.
Y hoy, entro en Cielo Vacío.
Y sé que mientras en mi cama se hacía el desierto, en otra parte de la ciudad, a la misma hora, mi hermano me regalaba su mano vacía de dedos.
Ha atendido mis súplicas.
Una vez dije: Que alguien me regale su dolor.
Ya todo está cumplido.
Me meto en su agujero. La sangre de mi sangre me llama. Acudo a su llamada. Así es como tiene que ser.
Por encima de todo, siempre seré una parte de tí. Si tu lloras, se mojarán mis mejillas. Si te duele, yo me pondré vendas.
Me da miedo llamarte. Temo no poder ayudar, porque cada vez tengo menos consuelo.
Pero por encima del miedo, está el instinto, la conexión, la misma sangre corriendo por nuestras venas.
Gracias por regalarme esa noche de llanto.
Ojalá algún día pueda regalarte un dedo índice.