miércoles, 27 de abril de 2005

Mis arcillos blancos

El año pasado también era San Jordi.
Me esperaste con tus zapatitos rojos —somewere, over the rainbow— en la Vaguada, mientras todo un Cielo Vacío se retorcía los dedos esperando la noticia. Recuerdo bajar las escaleras sintiéndome como un replicante, sabiendo que todos mis recuerdos quedarían perdidos como lágrimas bajo la lluvia, porque toda esa información en mi cerebro no era cierta, y mi vida había sido una mentira.
O eso pensaba entonces.
Tenía una condena sobre mi cabeza y tu tenías toda la verdad en los ojos y el corazón construido para el amor y una condena aún mayor que la mía escondida en el flequillo. Me regalaste unos arcillos blancos. Me dijiste que el resto de nuestras vidas recordaríamos ese día con ilusión. Me prometiste que me ayudarías, que estarías conmigo. Me convenciste de que aquello sólo era un ingrediente que añadía interés a lo que yo era. Pero que soy yo. Sin tu amor, sin tu compañía, qué soy yo.
Y entonces Lagata escribió: éste es el primer día del resto de mi vida. Y en realidad era el día en que empezó la cuenta atrás. Y tú agregaste en los comments: Quiero verte sonreír siempre como el día de la Peineta.
Y llega este año. Y es san Jordi. Pero tú no estás. Y mis arcillos blancos caen pesadamente sobre los hombros. Salgo a pasear por la calle Fuencarral. Y te busco en las tiendas, en las aceras, en cada rostro del metro, en cada metro cúbico del aire que me sobra.
Pero tú no estás.
Hace un año me preguntaste: ¿Qué falta para la poesía?
Habrías de faltar tú.
Tú, que ocupabas lo más bonito de mi mundo.
Pero ahora, de qué me sirve la poesía.
Te quiero.
Feliz día de san Jordi, dondequiera que estés, dondequiera que te reclamen, chica con zapatos rojos.
Allí donde acudas a mi llamada siempre será el abrazo.