miércoles, 21 de febrero de 2007

Y más que me voy a hacer


Me preocupa mucho últimamente la adecuación de la especie humana a su entorno, en el sentido amplio del tema y de una manera a mi entender científico-personal, que es lo mismo que decir que estoy inmersa en una investigación ardua pero no por ello poco gratificante enmarcada en un proyecto propio llamado “El Costillas vs Panecito”.
Y es que mi (nuestra) Santa Morada reúne dos condicionantes sumamente ricos en detalles que pueden apreciarse a simple vista y potenciar una grata y entretenida manera de pasar las horas muertas. Estos dos ricos en detalles son, respectivamente, un Ser gatuno (Panecito) y un Ser humano (el Costillas) en convivencia continua y por tanto obligados a soportarse el uno al otro.
Pueden ustedes pensar que no tiene nada de sobrenatural, pero creo haber descubierto una serie de detalles que faltos de irrelevancia espero pasen a engrosar las filas de los afortunados post referenciados, cuando menos, por Punset.
El caso es que Panecito y el Costillas han desarrollado ciertos comportamientos parejos a base de imitarse el uno al otro con la sana –en principio- intención de convivir en el mismo ecosistema en armonía. Por ejemplo, el Costillas ha adoptado la manía de bufar medio en broma medio en serio para dulcificar sus protestas, ronronear cuando una servidora le come la orejilla o le toca la tripa y salir pitando antes de que me suba el mosqueo, por si cae algo.
(Aun no he conseguido, por cierto, que me traiga la pelota, cosa que Panecito ya gestiona hábilmente, pero todos sabemos que aunque unas especies sean más avanzadas que otras siempre hay individuos insurgentes dispuestos a romper las normas, y Panecito es mucho Panecito).

Hasta aquí bien, porque que el Costillas tiene su gracia cuando bufa y ronronea y Panecito sigue haciendo lo que le viene en gana, que para eso es nuestro amo y señor (y esto también lo ha aprendido del Costillas, no se vayan a creer). Pero llegando a este punto no tengo más remedio que sacar a colación el espinoso asunto del repelente. Y aquí es donde la fama cuesta y vamos a empezar a sudar, porque hace aproximadamente dos meses, Panecito comunicó al mundo cuán grandes y compostelanos son sus dominios, que aparte de abarcar toda la casa (los escasos 40 metros uno a uno) incluyen la horizontal de la cama.
Primero envió unas cuantas circulares al Costillas en las que expresaba su absoluto dominio sobre el lado que hasta entonces le había correspondido (el izquierdo, claro, pues menudo es mi Costillas) y certificó con sendas meadas tales afirmaciones. Una vez conquistado este espacio, hizo pequeñas incursiones en mi lado y a los pocos días aquello se convirtió en una invasión en toda regla. Para refrenar ese furor imperialista y no llegar al punto en el que en el Reino de Panecito no se pusiera el sol, nos armamos hasta los dientes con repelente Whiskas, que resultó totalmente inodoro e insípido para mí y completamente insoportable para Panecito y también para el Costillas, que se me ponía hecho un basilisco cada vez que me veía con el bote de repelente en la mano.
Total, que ahora tengo el frente abierto con los dos varones de la casa, a los que repele por igual mi fantástico bote de pulverizador anti-cacotas.
Lo que me preocupa es que el Costillas, cada vez que replico “es que eres un exagerado” me mira con mala cara, bufa un poco y me contesta: “y más que me voy a hacer”. Por tanto, en un estado ideal de las cosas (científicamente hablando) supuestamente debería continuar la tendencia (¿podríamos llamarla moda, quizá aludiendo a un criterio estadístico?) imitativa entre estos dos deliciosos seres con los que convivo y llegar un día, sé que llegará, en que el Costillas también mee en mi cama, y tengo miedo.
Por ahora, lo peor es que Panecito, cuando le llamo cochino y esas cosas, también me mira con cara de Costillas y me maúlla; no estoy segura, pero a mí me parece que en su lenguaje felino me está diciendo “Y más que me voy a hacer”.
Que Dios nos pille confesados.