lunes, 2 de abril de 2007

El ejército de los maravillosos


Por la noche, una habitación preparada para la acogida, su mano retirándome el pelo como si apenas ayer nos conociéramos, más dulce que el vino, el amigo al que yo más quería, el que hace su camino y me da la mano mientras ando por el mío. No creo que pueda haber sentido antes tanta felicidad no merecida, o, acaso, sea la espera la hacedora de su medida. Todos hemos sido hermosos alguna vez, pero el mundo nunca me pareció tan sublime. Noto de pronto un calor que me coge por los tobillos y me zarandea para gritarme que es cierto, y que, aunque no acabe de creerlo, este golpe de suerte lleva mi nombre. Somos mayores, responsables, independientes, currelas, estamos en el mundo, sin hacer daño, intentando sacar a cada paso lo mejor que tenemos por el puro lujo de ofrecerlo. Y no importan los llantos o las decepciones, porque en días como éstos sabemos que lo estamos haciendo bien, que somos todo lo ángeles que se puede ser, y que por eso, porque lo merecemos, la vida nos regala pequeños momentos de grandísima felicidad dentro de la felicidad libre de euforia cotidiana.
Me gusta cómo sois, me gusta cómo soy, me gusta el mundo que estamos construyendo; el del ejército de los maravillosos.
No se puede pedir más ni se debe esperar menos. Y entonces él me dice “últimamente no escribes mucho” y le contesto “No lo necesito”. No sé escribir cuando soy feliz.